El neurólogo y psiquiatra Boris Cyrulnik define la resiliencia como la capacidad del ser humano de superar la adversidad. Ser resiliente no significa vivir ajeno el dolor o al sufrimiento, se trata de atravesarlo sin quedarnos atrapados en él, llevándolo como experiencia útil para continuar adelante sin el equipaje de las emociones más desagradables.
Sufrir es parte de vivir, es una condición humana, el ingrediente de la vida y un gran desafío personal. El psiquiatra Viktor Frankl, que sobrevivió a los campos de concentración nazi, señala que existen dos tipos de sufrimiento: el evitable y el inevitable.
El sufrimiento evitable puede volverse disfuncional si no lo trabajas con un profesional. Muchas veces creamos un sufrimiento innecesario alrededor de las experiencias, con una crítica excesiva o al obsesionarse con los problemas diarios. En este caso, somos los responsables por crear este malestar, complicamos las situaciones, hacemos interpretaciones erróneas y sesgadas.
Y el sufrimiento inevitable es aquél que no depende de nosotros, como cuando sufrimos un accidente, una enfermedad o la pérdida de un ser querido. Aunque no sea posible cambiar las circunstancias, sí que podemos elegir nuestra actitud, cómo vamos a afrontar la situación. Una persona resiliente sabe identificar las oportunidades que hay detrás de lo que está viviendo, dándole sentido y transformando la situación en algo de valor. La pregunta aquí no es ¿Por qué estoy viviendo esta situación? y sí ¿Para qué la estoy viviendo? Esta pregunta nos ayuda a entender el sentido que conlleva esta situación.
Cuando el sufrimiento es inevitable, nuestra responsabilidad no está en cambiar la situación, sino en cómo responder ante ella.
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